Comentario
Cómo se alzaron contra Cortés en México sus tenientes
Alonso de Estrada y Rodrigo de Albornoz comenzaron en seguida, en saliendo Cortés de la ciudad, a tener puntillos y resabios sobre la precedencia y mando; y un día, estando en ayuntamiento, llegaron a echar mano a las espadas sobre poner un alguacil, y poco a poco llegaron a no hacer como debían su oficio. El cabildo lo escribió a Cortés por dos o tres veces; y como las cartas le cogían por el camino, no proveía de remedio, más que escribirles reprendiéndoles su yerro y desatino, y apercibiéndolos que si no se enmendaban y conformaban, les quitaría el cargo y los castigaría. Ellos ni aun por eso perdían sus pasiones, antes bien crecían las rencillas y el odio; pues Estrada, que presumía de hijo de rey, despreciaba a Albornoz, y Albornoz, como así era, presumía de tan honrado, y no se dejaba pisar. Perseverando, pues, ellos en su discordia, y avisando a Cortés la ciudad muy de prisa para que volviese a poner remedio a aquello y a apaciguar a los vecinos, así indios como españoles, que con el alboroto de aquellos dos estaban desasosegados, acordó, por no dejar su camino y empresa, de dar al factor Gonzalo de Salazar y al veedor Peralmíndez Chirino de úbeda igual poder que los otros tenían, para que, no afrentando a ninguno, gobernasen los cuatro. Les dio asimismo otro poder secreto para que ellos dos solos, juntamente con el licenciado Zuazo, fuesen gobernadores, revocando y suspendiendo a Alonso de Estrada y Rodrigo de Albornoz, si les parecía que convenía, y los castigasen si tenían culpa. De este poder secreto que Cortés les dio con buen fin, resultó gran odio y revueltas entre los oficiales del Rey, y nació una guerra civil, en la que murieron muchos españoles, y estuvo México a punto de perderse. Salazar y Chirino tomaron los poderes y ciertas instrucciones; se despidieron de Cortés en la villa del Espíritu Santo, aunque no en la gracia, y se volvieron a México. No procuraron gobernar juntamente con los otros, sino solos; hicieron su pesquisa e información contra ellos, y los prendieron. Enviaron preso al licenciado Alonso Zuazo, encima de una acémila y con grillos y cadena a Veracruz, para que allí le metiesen en una nao y le llevasen a Cuba a dar cuenta de cierta residencia; y tras esto, hicieron otras cosas peores que Estrada y Albornoz; y como si no hubiera rey ni Dios, así se portaban con todos los que no andaban a su labor; y pensando que Cortés no había de volver jamás a México, y por demasiada codicia, aunque publicaban ellos ser para servicio del Emperador, prendieron a Rodrigo de Paz, primo y mayordomo mayor de Cortés y alguacil mayor de México. Le dieron tormento muy cruelmente para que dijese del tesoro, y como no confesaba, pues no sabía de él ni lo había, le ahorcaron, y se apoderaron de las casas de Cortes, con la artillería armas, ropa y todas las demás cosas que dentro estaban: cosa que pareció muy mal a toda la ciudad. Por lo cual fueron después condenados a muerte, aunque no ejecutados, de los oidores y licenciados Juan de Salmerón, Quiroga, Ceinos y Maldonado, estando por presidente Sebastián Ramírez de Fuenleal, obispo de Santo Domingo, y por el Consejo de Indias de España; y mucho después los condenó la misma Audiencia de México, siendo virrey don Antonio de Mendoza, a pagar la artillería y todo lo demás que cogieron de casa de Cortés. Quedaron los buenos gobernadores con esto tan disolutos como absolutos; y estando las cosas así, se rebelaron los de Huaxacac y Zoatlan, y mataron cincuenta españoles y ocho o diez mil indios esclavos que cavaban en las minas. Fue allá Peralmíndez con doscientos españoles y ciento a caballo; y por la guerra que les dio, se refugiaron en cinco o seis peñones, y al cabo se recogieron en uno muy fuerte y grande, con toda su ropa y oro. Chirino los cercó, y estuvo sobre ellos cuarenta días; porque los del peñón tenían una gran sierpe de oro, muchas rodelas, collares, moscadores, piedras y otras ricas joyas; mas ellos una noche, sin que él los sintiese, se fueron con todo su tesoro. Gonzalo de Salazar se hizo pregonar en México públicamente y con trompetas por gobernador y capitán general de aquellas tierras de la Nueva España. Andando así las cosas, avisaron a Cortés para que viniese con el capitán Francisco de Medina, al cual mataron los de Xicalanco muy cruelmente, pues le hincaron muchas astillas de tea por el cuerpo, y lo quemaron poco a poco, haciéndole andar alrededor de un hoyo, que es ceremonia de hombre sacrificado; y mataron con él otros españoles e indios que le guiaban y servían. Fue tras Medina Diego de Ordás con gran prisa, por Cortés, y cuando supo la muerte que le dieron, se volvió; y para que no le tuviesen por cobarde, o pensando que hubiese muerto también en manos de indios, dijo que Cortés había muerto; que causó gran parte del mal. Con lo cual, y por malas nuevas que venían de muchos trabajos y peligros en que Cortés y los de su compañía andaban, lo creía casi toda la ciudad; y así, muchas mujeres hicieron exequias a sus maridos, y al mismo Cortés le hicieron también algunos parientes, amigos y criados suyos las honras como a muerto. Juana de Mansilla, mujer de Juan Valiente, dijo que Cortés estaba vivo; llegó a oídos de Gonzalo de Salazar, y la mandó azotar por las calles públicas y acostumbradas de la ciudad; dislate que no hiciera un ignorante; mas Cortés, cuando vino, restituyó a esta mujer en su honra, llevándola a las ancas por México y llamándola doña Juana; y en unas coplas que después hicieron, a imitación de las del Provincial, dijeron por allá que le habían sacado el don de las espaldas, como narices del brazo. Estaban a la sazón seis o siete naos de mercaderes en Medellín, que, a la fama de las riquezas de México, habían ido a vender sus mercaderías. Gonzalo de Salazar y todos los demás oficiales del Rey querían enviar en ellas dinero al Emperador, que era el toque de su negocio, y escribir al Consejo y a Cobos en derecho de su dedo; pero no faltó quien se lo contradijese, diciendo que no estaba bien aquello sin voluntad y cartas del gobernador Hernán Cortés. Llegó en esto Francisco de las Casas con Gil González de Ávila; y como era caballero, hombre altivo, animoso, y cuñado de Cortés, se opuso fuertemente contra ellos, y hasta los atropelló un día, maltratando a Rodrigo de Albornoz, y envió en seguida a quitar las áncoras y velas a las naos que estaban en Medellín para que no tuviesen en qué enviar a España relaciones, como él decía, falsas, mentirosas y perjudiciales; pero el factor Salazar, que era mañoso, lo prendió, juntamente con Gil González; procedió contra ellos por la muerte de Cristóbal de Olid, por la desobediencia y desacato que le tuvo por lo de las naos, y porque era gran Contraste para sus pensamientos. Los condenó a muerte, y si no hubiese sido por buenos rogadores, los hubiera degollado, aunque habían apelado para el Emperador. Todavía los envió presos a España, con el proceso y sentencia, en una nao de Juan Bono de Quexo. Envió asimismo doce mil Castellanos en barras y joyas de oro con Juan de la Peña, criado suyo; pero quiso la fortuna que se hundiese aquella carabela en la isla del Fayal, que es una de las Azores; y así se perdieron las cartas, procesos y escrituras, y se salvaron los hombres y el oro.